Publicado originalmente por Les Zaitz, The Oregonian el 14 de abril de 2011 a las 2:25 PM, actualizado el 15 de abril de 2011 a las 3:00 PM.
Rajnishes en Oregón -- La historia no contada: Mientras las reglas del suelo impiden a los rajnishes construir la utopía que envisionaron en la década de 1980, ellos pasan de sucias artimañas a ataques biológicos.
Rajnishes en Oregón -- La historia no contada: Mientras las reglas del suelo impiden a los rajnishes construir la utopía que envisionaron en la década de 1980, ellos pasan de sucias artimañas a ataques biológicos.
Una llamada desde casa sobresaltó a Bill Hulse, un comisionado del condado de Wasco y un granjero de trigo.
Su esposa, Rose, estaba presa del pánico. Dos rajnishes habían conducido hasta su calle sin salida en Dufur, se estacionaron enfrente de su casa y se quedaron allí. Una hora. Dos horas. Cuatro horas.
Hulse llamó a la policía, pero le dijeron que no podían hacer nada. Estacionarse en la vía pública no era ilegal.
Tal intimidación ya no sorprendió a las autoridades locales y los directivos de la secta religiosa no se disculparon.
Los rajnishes querían ser dejados solos para construir su comuna global. Esa ambición estaba siendo frustrada por los reguladores, los políticos y los residentes cercanos. Los directivos de la comuna se defendieron, en mayor o menor medida, pública y clandestinamente. Lo hacían en el nombre de su maestro espiritual, el gurú indio Bhagwan Shri Rajnísh.
La opinión pública estaba dividida inicialmente mientras el gobernador Vic Atiyeh intentaba animar a la tolerancia.
Desde el momento en que el grupo llegó en 1981, Atiyeh envió decenas de cartas de oregoneses alarmados por el desarrollo de la comuna. Otros ciudadanos escribieron a su gobernador que el Estado debería ser más acogedor a una orden religiosa.
Atiyeh respondía a todos con reserva. Era típica una carta a un portlandés: "Independientemente de las creencias o prácticas religiosas de este grupo, ellos tienen acceso a todos los derechos reconocidos por nuestra Constitución." Su deber, dijo, era proteger esos derechos.
La represalia crece
Dan Durow, el director de planificación del condado de Wasco, estaba más cerca de la línea del frente, decidiendo casi a diario lo que los rajnishes podían y no podían hacer en su tierra.
Él actuaba desconfiado, ya que ellos habían mentido sobre sus intenciones en su primer encuentro con él. Aun así, él sabía que cada acto suyo sería observado cuidadosamente, tanto por los astutos abogados rajnishes como por sus igual de atentos oponentes legales. Él decidió administrar las reglas de uso del suelo de acuerdo a la ley, abandonando las a veces informales maneras con las que los condados rurales manejaban estos asuntos.
Ese estricto cumplimiento sacó de quicio a los rajnishes, quienes sentían que Durow estaba impidiendo deliberadamente sus esfuerzos. Lo menospreciaban en reuniones y en cartas. En dos ocasiones, cuando llegó para las inspecciones, maquinarias del rancho bloquearon el camino, deshabilitadas por planeadas fallas. Manadas de rajnishes llegaron a su oficina en The Dalles, interrumpiendo el trabajo al dispersarse por todas las estaciones de trabajo cuyo acceso al público estaba prohibido.
Tal agresividad alarmó a Durow, y se preocupó por su seguridad. Inseguro de lo que vendría, envió a sus tres pequeños hijos a vivir fuera de la ciudad con su madre, su ex esposa.
En la comuna, directivos rajnishes veían cualquier resistencia a sus necesidades como una opresión o una discriminación religiosa.
Se desquitaron de mezquinas maneras. Un rajnishe puso un clavo bajo el neumático de un planificador del condado de Wasco mientras éste asistía a una conferencia en Eugene. Ma Anand Sheela, principal asesora del gurú, mantuvo una puerta del tribunal abierta para el vice fiscal general del Estado, sus brazos llenos de libros jurídicos. Mientras él pasaba, ella sacó su pie, haciéndolo tumbarse en el suelo ante las risas de los rajnishes.
Estas tácticas, por supuesto, no ralentizaron la creciente reacción del gobierno a lo que sucedía en el Rancho Rajnísh. Durow y otros retrasaban, o denegaban, el permiso de construcción para algunos edificios, entre ellos un hospital. El entonces Fiscal General Dave Frohnmayer insistió en su reclamación para tener la ciudad de la secta declarada ilegal.
Esos obstáculos socavaron el poder de Sheela en la secta, el cual derivó en gran medida de su promesa de construir una gigantesca utopía. El gurú la presionó sin descanso a barrer todas las trabas. Millones de dólares estaban en riesgo si su sueño americano fallaba.
Impaciente con las acciones judiciales y con las mezquinas bromas, Sheela creó escuadrones secretos para atacar a los enemigos de la comuna. Estos eran discípulos que aceptaron la opinión de Sheela de que la comuna y su gurú estaban en peligro. Sheela, efectiva como cualquier maestro espía, compartimentó a sus secuaces. Operaban solos o en pequeños equipos, a menudo desconociendo las asignaciones de cada uno.
Preparando el caos
El veneno fue el arma principal, elaborado por Ma Anand Puja, una enfermera también conocida entonces como Diane Onang.
Ella era la sombra de Sheela. Las dos habían sido muy cercanas desde sus días en la India, y Puja ahora supervisaba el departamento médico del rancho. Ella manejaba la asistencia médica de rutina, pero también sometía a aislamiento a rajnishes renegados con diagnósticos inventados y rutinariamente desautorizaba a los médicos de la secta. A diario ella medicaba a Sheela por estrés.
De vez en cuando, Puja se retiraba a un laboratorio oculto en una cabaña que quedaba subiendo un cañón del rancho para experimentar en secreto con virus y bacterias. Sheela buscaba algo para enfermar a la gente.
En el verano de 1984, Puja probó en el campo su trabajo, entregando viales sin etiquetar a aquellos que pertenecían a los equipos secretos.
Los operarios sabían, o sospechaban, que el líquido marrón era salmonella, la cual produce diarrea grave y otros síntomas. Durante meses, ellos fueron despachados a propagar el veneno en The Dalles. En un principio esperaban enfermar a los funcionarios públicos que se ponían en su camino, pero luego persiguieron un proyecto más grande para atacar a ciudadanos inocentes.
Swami Krishna Deva, alcalde de Rajnishpuram, untó la mezcla de Puja sobre los accesorios del baño de varones de la Corte del Condado de Wasco en The Dalles.
Ma Dhyan Yogini, también conocida como Alma Peralta, fue a la ciudad con los viales en su bolso. Se metió en un mitin político local y tomó asiento. Ella segregó un poco del contaminante en su mano, se volvió hacia un anciano sentado junto a ella y le dio la mano. Ella también se abrió camino en un hogar de ancianos de The Dalles, pero su plan para contaminar los alimentos se vio interrumpida por un suspicaz trabajador de cocina
Sheela intentó participar de la contaminación también, llevando una media docena de rajnishes, incluyendo a Puja, a una tienda de comestibles en The Dalles.
"Tengamos un poco de diversión", dijo Sheela.
El grupo se dispersó por toda la tienda con Sheela apuntando a la sección de frutas y vegetales, en donde vierte el amarronado líquido del vial que había escondido bajo su manga.
Cuando no hubo informes públicos de nadie enfermándose, Sheela presionó a Puja a encontrar una solución más tóxica.
En ese momento, Hulse y otros dos comisionados del condado de Wasco llegaron al rancho para darle un recorrido. Estacionaron el coche de Hulse a las afueras del centro de bienvenida de la comuna y se metieron en una van de la comuna para su visita. Cuando regresaron, el coche de Hulse tenía un pinchazo. Los rajnishes acordaron una reparación en el punto afectado que le costaría a Hulse $ 12.
Mientras los comisionados esperaban bajo el sol de agosto, Puja se acercó, ofreciendo a cada uno un vaso de agua. Su gesto resultaba extraño, pues Puja estaba con su blanco traje médico y no trabajaba ahí como recepcionista.
Los sedientos hombres aceptaron el agua.
Su esposa, Rose, estaba presa del pánico. Dos rajnishes habían conducido hasta su calle sin salida en Dufur, se estacionaron enfrente de su casa y se quedaron allí. Una hora. Dos horas. Cuatro horas.
Hulse llamó a la policía, pero le dijeron que no podían hacer nada. Estacionarse en la vía pública no era ilegal.
Tal intimidación ya no sorprendió a las autoridades locales y los directivos de la secta religiosa no se disculparon.
Los rajnishes querían ser dejados solos para construir su comuna global. Esa ambición estaba siendo frustrada por los reguladores, los políticos y los residentes cercanos. Los directivos de la comuna se defendieron, en mayor o menor medida, pública y clandestinamente. Lo hacían en el nombre de su maestro espiritual, el gurú indio Bhagwan Shri Rajnísh.
La opinión pública estaba dividida inicialmente mientras el gobernador Vic Atiyeh intentaba animar a la tolerancia.
Desde el momento en que el grupo llegó en 1981, Atiyeh envió decenas de cartas de oregoneses alarmados por el desarrollo de la comuna. Otros ciudadanos escribieron a su gobernador que el Estado debería ser más acogedor a una orden religiosa.
Atiyeh respondía a todos con reserva. Era típica una carta a un portlandés: "Independientemente de las creencias o prácticas religiosas de este grupo, ellos tienen acceso a todos los derechos reconocidos por nuestra Constitución." Su deber, dijo, era proteger esos derechos.
La represalia crece
Dan Durow, el director de planificación del condado de Wasco, estaba más cerca de la línea del frente, decidiendo casi a diario lo que los rajnishes podían y no podían hacer en su tierra.
Él actuaba desconfiado, ya que ellos habían mentido sobre sus intenciones en su primer encuentro con él. Aun así, él sabía que cada acto suyo sería observado cuidadosamente, tanto por los astutos abogados rajnishes como por sus igual de atentos oponentes legales. Él decidió administrar las reglas de uso del suelo de acuerdo a la ley, abandonando las a veces informales maneras con las que los condados rurales manejaban estos asuntos.
Ese estricto cumplimiento sacó de quicio a los rajnishes, quienes sentían que Durow estaba impidiendo deliberadamente sus esfuerzos. Lo menospreciaban en reuniones y en cartas. En dos ocasiones, cuando llegó para las inspecciones, maquinarias del rancho bloquearon el camino, deshabilitadas por planeadas fallas. Manadas de rajnishes llegaron a su oficina en The Dalles, interrumpiendo el trabajo al dispersarse por todas las estaciones de trabajo cuyo acceso al público estaba prohibido.
Tal agresividad alarmó a Durow, y se preocupó por su seguridad. Inseguro de lo que vendría, envió a sus tres pequeños hijos a vivir fuera de la ciudad con su madre, su ex esposa.
En la comuna, directivos rajnishes veían cualquier resistencia a sus necesidades como una opresión o una discriminación religiosa.
Se desquitaron de mezquinas maneras. Un rajnishe puso un clavo bajo el neumático de un planificador del condado de Wasco mientras éste asistía a una conferencia en Eugene. Ma Anand Sheela, principal asesora del gurú, mantuvo una puerta del tribunal abierta para el vice fiscal general del Estado, sus brazos llenos de libros jurídicos. Mientras él pasaba, ella sacó su pie, haciéndolo tumbarse en el suelo ante las risas de los rajnishes.
Estas tácticas, por supuesto, no ralentizaron la creciente reacción del gobierno a lo que sucedía en el Rancho Rajnísh. Durow y otros retrasaban, o denegaban, el permiso de construcción para algunos edificios, entre ellos un hospital. El entonces Fiscal General Dave Frohnmayer insistió en su reclamación para tener la ciudad de la secta declarada ilegal.
Esos obstáculos socavaron el poder de Sheela en la secta, el cual derivó en gran medida de su promesa de construir una gigantesca utopía. El gurú la presionó sin descanso a barrer todas las trabas. Millones de dólares estaban en riesgo si su sueño americano fallaba.
Impaciente con las acciones judiciales y con las mezquinas bromas, Sheela creó escuadrones secretos para atacar a los enemigos de la comuna. Estos eran discípulos que aceptaron la opinión de Sheela de que la comuna y su gurú estaban en peligro. Sheela, efectiva como cualquier maestro espía, compartimentó a sus secuaces. Operaban solos o en pequeños equipos, a menudo desconociendo las asignaciones de cada uno.
Preparando el caos
El veneno fue el arma principal, elaborado por Ma Anand Puja, una enfermera también conocida entonces como Diane Onang.
Ella era la sombra de Sheela. Las dos habían sido muy cercanas desde sus días en la India, y Puja ahora supervisaba el departamento médico del rancho. Ella manejaba la asistencia médica de rutina, pero también sometía a aislamiento a rajnishes renegados con diagnósticos inventados y rutinariamente desautorizaba a los médicos de la secta. A diario ella medicaba a Sheela por estrés.
De vez en cuando, Puja se retiraba a un laboratorio oculto en una cabaña que quedaba subiendo un cañón del rancho para experimentar en secreto con virus y bacterias. Sheela buscaba algo para enfermar a la gente.
En el verano de 1984, Puja probó en el campo su trabajo, entregando viales sin etiquetar a aquellos que pertenecían a los equipos secretos.
Los operarios sabían, o sospechaban, que el líquido marrón era salmonella, la cual produce diarrea grave y otros síntomas. Durante meses, ellos fueron despachados a propagar el veneno en The Dalles. En un principio esperaban enfermar a los funcionarios públicos que se ponían en su camino, pero luego persiguieron un proyecto más grande para atacar a ciudadanos inocentes.
Swami Krishna Deva, alcalde de Rajnishpuram, untó la mezcla de Puja sobre los accesorios del baño de varones de la Corte del Condado de Wasco en The Dalles.
Ma Dhyan Yogini, también conocida como Alma Peralta, fue a la ciudad con los viales en su bolso. Se metió en un mitin político local y tomó asiento. Ella segregó un poco del contaminante en su mano, se volvió hacia un anciano sentado junto a ella y le dio la mano. Ella también se abrió camino en un hogar de ancianos de The Dalles, pero su plan para contaminar los alimentos se vio interrumpida por un suspicaz trabajador de cocina
Sheela intentó participar de la contaminación también, llevando una media docena de rajnishes, incluyendo a Puja, a una tienda de comestibles en The Dalles.
"Tengamos un poco de diversión", dijo Sheela.
El grupo se dispersó por toda la tienda con Sheela apuntando a la sección de frutas y vegetales, en donde vierte el amarronado líquido del vial que había escondido bajo su manga.
Cuando no hubo informes públicos de nadie enfermándose, Sheela presionó a Puja a encontrar una solución más tóxica.
En ese momento, Hulse y otros dos comisionados del condado de Wasco llegaron al rancho para darle un recorrido. Estacionaron el coche de Hulse a las afueras del centro de bienvenida de la comuna y se metieron en una van de la comuna para su visita. Cuando regresaron, el coche de Hulse tenía un pinchazo. Los rajnishes acordaron una reparación en el punto afectado que le costaría a Hulse $ 12.
Mientras los comisionados esperaban bajo el sol de agosto, Puja se acercó, ofreciendo a cada uno un vaso de agua. Su gesto resultaba extraño, pues Puja estaba con su blanco traje médico y no trabajaba ahí como recepcionista.
Los sedientos hombres aceptaron el agua.
-- Les Zaitz: escríbele al [email protected]; visita la página Rajneesh Report (Informe sobre Rajnísh) en Facebook.
- Artículo original en inglés, del sitio oregonés www.oregonlive.com